sábado, 20 de octubre de 2012

EL DIA QUE EL POETA SOÑO AL ZORRO ......

EL BLOG DEL ZORRO SIGUE DANDOSE ESOS GUSTOS QUE NO HACEN MAS QUE ENGALANAR SUS PAGINAS  !!! DANIEL RONCOLI , ACTOR , AUTOR, AMIGO .


. TUVO LA DEFERENCIA DE PRESTARME UNO DE SUS ESCRITOS , DONDE CONFLUYEN REALIDAD Y FICCION QUE COMO BUENAS AMANTES LOGRAN ENGENDRAR EN ESA PASION , LA PALABRA MAGICA ......HISTORIA .......


CUANDO SALE LA LUNA

Las lágrimas se confundían con la lluvia, pero el chaparrón no podía disimular su decepción. La noche se avecinaba y los autos, desde sus focos empapados por el repiqueteo incesante de gotas espesas, recortaban la figura impávida y trémula de aquel chico que, desde el cordón de la vereda, palpitaba sin reacción como su pelota número cinco gambeteaba tan sólo con fortuna el tropel de bólidos a los que el verde del semáforo de Libertador y Pueyrredón, les había dado vía libre.
Empapados debajo un improvisado techo mitad clasificados, mitad sección carreras, Angel Clemente, el promisorio cronista, y su fiel escudero Cleveland Wilson Anchetta, el fogonazo oriental, disertaban sobre el destino errante de aquel remate que, pese a haber sido ejecutado con cierta ortodoxia, se había perdido allende el veredón. Codeándose como relator y comentarista faltos de training, ninguno de los dos tomó la decisión de devolverle la alegría a aquel prometedor centrodelantero. No habían mostrado pericia suficiente para el fútbol cuando cruzaron el Río de la Plata dispuestos a consagrarse en la Argentina. Lo primero que intentaron fue desempeñarse como futbolistas. Consiguieron una prueba en Racing y no sólo quedaron estigmatizados como grandes pata duras pese a su insistencia de que eran la reencarnación evolucionada de Spencer y Joya sino que desprestigiaron la vindicada garra charrúa al pronunciarse en el campo de entrenamiento con menos temple que un renglón. Luego se probaron en la EMI Odeón que auscultaba nuevos talentos decididos a debutar en la industria del disco con su dúo Alcornoque, una suerte de Sui Géneris con letras de mayor contenido sexual pero su inédito Y rasguña las tetas más que ser una carta de presentación fue un remito de deportación. Testarudos, antes de retornar con las alforjas escuálidas y las ilusiones mustias, recordaron sus primeros escarceos profesionales en la época del Liceo, arrebatos periodísticos en el semanario Dichos de Tacuarembó, y comenzaron a patear las calles de Buenos Aires tratando de enrolarse en alguna empresa periodística como binomio redactor-fotógrafo porque creían que el ejercicio del periodismo era un arte menor que no precisaba de talentos especiales. El aguacero los había sorprendido tras rebotar en un par de redacciones por la precariedad de sus currículum y la orfandad de sus logros en la materia. Como todo oropel exhibían un reportaje de tres preguntas y tres respuestas al futbolista Líber Arispe, un ex lateral de Defensor de Montevideo. Un color, una flor, un nombre había indagado Clemente con una curiosidad propia de Mateyko mientras que la fotografía que ilustraba la entrevista tenía la estética de la foto carnet pero mutilada, ya que a Arispe podía observárselo sin un ojo, sin una oreja y con una sonrisa limitada porque la toma atesoraba, en un umbrío plano, medio rostro.
Pero volviendo al pelotazo suicida la falta de arrojo del húmedo dueto fue providencial. Con el jopo arremolinado por la tormenta, y una hilera de pelitos cenicientos pegoteándosele sobre los labios, el señor que esperaba el cambio cromático del semáforo en la otra acera, cruzó entre los coches como un relámpago desatando todas las frenadas. Por un momento se detuvo el mundo. La luna se asomó en un guiño y con la pelota entre las manos, sonriente e hidalgo, el longuilíneo salvador camino sin prisa hacia el parque. El picado se había reiniciado con un estridente y urgido "elquehacelultimogolgana" mientras Angelito y Cleveland se desinflaban sin decir palabra parados frente a aquel héroe que ellos creían accidental. Mitad en italiano, mitad en castellano, un desaforado cococliche, el arriesgado transeunte de casi dos metros de alto les tiró un ancla..."Si, sono io... Soy Il Zorro... Basta de pavura, mochachios".
Clemente, palpándose el pecho en la búsqueda de una credencial de Dichos de Tacuarembó que jamás encontró, recuperó lentamente el habla.
-Vos, digo, usted, ¿es Diego de la Vega?
-Llamame, Guy, Guy Williams... ¿Capito?
-¿Y el bigotito?
-¡Shhhhh! Me lo ha arrancato el Capitán Monasterio, jejeje. No levante la voz, il Zorro es nostro secreto. Para tutta la oltra gente il Zorro está morto. Thank you, please -intentó apartarse Williams pasándose el índice de su mano derecha por debajo de su naríz para despejar el agua que sumergía hasta hacer imperceptible esa formación de cortos cabellos entrecanos que portaba por bigote. No fue mala la obvservación de Angel Clemente, el bigote anchoita por razones obvias hubiese soportado mejor ese desborde acuático.
A esta altura de la noche Anchetta ya se hubiera consagrado en un casting en una remake de la serie de la Disney para asumir el rol de Bernardo, el sirviente que acaso enmudeció para no revelar jamás el secreto del fino señorito de Monterrey. Entonces Clemente, tras desprenderse del inservible periódico que los cobijó, empapado también por la emoción, se coló en el silencio abrupto con un pensamiento dictado por su novato espíritu de supervivencia. Se aferró a la idea de que con una entrevista a Guy Williams bajo el brazo las puertas de la gloria se le abrirían y que sería más fácil pasar al día siguiente por la redacción que les quedaba visitar. En la editorial Copérnico, creadora de las revistas Golazo, Muñecas, Chupetín, Acontecer y Cholulandia, entre otras, ese material exclusivo podía cotizarse en oro. Tomó la espada de su curiosidad y trató de que ese sueño perdurara aunque más no sea un café pero como la esgrima le sentaba mejor a Williams, El Zorro les ganó de mano y como en la canción cuando efectivamente la luna ya había salido, con agilidad de héroe de historietas y con los reflejos con que llenaba de zetas el abdomen del Sargento García, se expresó con misericordia.
-Si seguimos aquí nos vamos a ahogare. Guarda como pio...digo llueve. Me acompañan con un café, un capucchino -y señaló la ruta obligándolos a apurar el paso pegados a la pared doblando hacia Azcuénaga.
Como en el verso de Borges la precipitación había sido venturosa. Los chorros recurrentes habían baldeado la suerte esquiva y la fabulación los sacudió liberándolos del agua que podía inundarles el organismo poniéndolos cara a cara, sin arbitrios, con uno de sus ídolos de infancia. Postergó Clemente la revelación del plan que no necesitó evidenciar para concretar esa charla y Fogonazo pasó por el baño para comprobar que su pequeña cámara fotográfica, escondida de apuro bajo sus ropas, no había sucumbido ante el temporal. La seco pieza a pieza, por las dudas, con una toalla de papel.
El vapor de tres tazas humeantes trajo desde algún arcón remoto una voz que los transportó a otro tiempo. Armandito Catalano andaba por los seis años cuando empuñó por primera vez un florete. El relato precario en imágenes pero repleto de épica sobre su padre fue un impulso irrefrenable. Clemente tomaba nota en sus percepciones mientras Guy le abría las puertas a su progenitor. El legendario soldado del ejército italiano, herido en su orgullo, viajó hasta Austria para batirse a duelo con un oficial de las falanges austríacas radicado en Viena apenas concluída la Primera Guerra. Con los años, la evocación de aquella contienda cuerpo a cuerpo se convirtíó en un ejercicio de embellecimiento donde el novel espadachín se apiadaba de su mentor ciertamente más ocurrente y cada vez menos memorioso.
El niño que solía dormirse acunando la espada, sólo la dejaba fuera de su égida los sábados por la mañana. Desde que descubrió el cine en el barrio de Manhattan inauguró una liturgia con sus amigos: perderse en la oscuridad de la sala a las nueve en punto para regresar siete películas después, feliz y exhausto, al seno de un hogar que mantenía las añejas costumbres meridionales.
Aquella temprana adicción ocultaba una vocación que le descubriría el hambre. Una tarde, limpiando vidrios por una propina de un puñadito de dólares, fue alertado de su latente condición de galán por su contratante, quien al pasar, mientras lo miraba reflejado en los cristales, le regaló un bocadillo que lo empujaría a una escuela de teatro: “Tenés un aspecto ideal para triunfar en el cine”.
Apasionados con el relato, Clemente y su socio de desventuras, lo acompañaron a aquella academia. Unas pocas clases le bastaron a Armando Catalano para armarse de coraje -la espada ya era parte de su anatomía- y viajar como polizón en un omnibús hacia California. Ya en las colinas de Hollywood tras lidiar con las carencias de un amanecer de celebridad Catalano fue tomado como rehén por ese Guy Williams atlético y esperanzado que se apoderaría para siempre de su identidad sin borrar con la punta de su compañera de aventuras los vestigios de su origen y las particularidades salientes de su colectividad.
Una tarde, el rebautizado aspirante a estrella, le golpeó la puerta a Walt Disney enterado de que se iba a filmar la serie El Zorro y ya nada ni nadie lo divorciarían de su sombrero, su capa alada, su antifaz, su bigote, el bigote que le reclamaba Angel Clemente, su renegrida presencia ni su victoriosa sonrisa de Robin Hood con el deber cumplido. Nada ni nadie. Ni el tiempo ni el olvido, pensó en escribir el desbordado cronista a quien la estampa clásica del personaje de historietas se le presentó sin esfuerzos entre la amabilidad del nuevo amigo y su evidente necesidad de compartir un momento con algunos interlocutores respetuosos de su historia, capaces de hacerle compañía mientras las condiciones climáticas se tornaban más apacibles.
Trastabillando con la pata de la mesa, el obelisco de un metro noventa que conservaba en perfecto estado la leyenda, se puso de pie. Angel Clemente se le colgó del antebrazo convirtiéndose imprevistamente en cartera. La reacción de Guy Williams que dio por concluída la charla fue robustecida por otro gesto. Con el brazo libre deslizó un billete sobre la mesa que alcanzaba perfectamente para oblar los cafés y dejarle el vuelto al mozo. No era una manera ortodoxa ni por cierto válida para detener a El Zorro pero al espontáneo entrevistador no se le ocurrió una mejor. Logró cauterizarlo, sin embargo, con otro ardid sin premeditación pero con cierta alevosía. Frenó la estampida del actor recluído con cierta clandestinidad en la Argentina con un comentario malicioso y certero.
-Qué quiere que le diga, bo. La estrella de la serie para mí era el caballo Tornado.
Como el Albergue Warnes, al que Angel Clemente había conocido esfumarse en flashes noticiosos, Williams se desplomó pesadamente sobre la desvencijada silla de madera. Pálido y presumiblemente humillado en su condición de prócer de las series televisivas, Diego de la Vega elevó su diestra y llamó la atención del mozo que sin que nadie le pidiese nada repitió la rueda como si ya tuviese los tres pocillos preparados. Ese catálogo de Galicia ataviado con saco marron un talle menor de lo que hubiera pretendido su barriga, reemplazó las tazas sucias por los nuevos cafés con una velocidad que le corregía el pulso y enchastró la mesa con una rejilla que debió haber estado enrolada en la Legión Extranjera. Lejos de abochornarse por la precariedad y lo percudido del trapo, el mesero aprovechó la confusión para saciar su curiosidad.
-¿Quién es este tío? Pues io lo tengo visto de algún lao -se manifestó inquisidor sobre los hombros del impávido y pasivo Cleveland Wilson Anchetta.
-Williams -respondió entre dientes el joven cagatintas sacando del apuro a su compinche.
-¿Guilliam? ¡Guilliam! Si le habré comprado trajes a este tío y a Tonso cuando era un chaval pintón recién llegao a la América.
-No señor, no es ese Williams. Este es Guy -amplió Clemente.
-Gay, que un rayo me parta ¡joder! Estas mariquitas son una plaga. A ver si se ozeziona con mi bragueta que esto que sobresale es una hernia -apuntó de modo elemental y salió disparado hacia la barra como si lo corriera una peste.
Al margen del pequeño conato verbal, a Williams le bastó un café, tan sólo un café más, tomado de un sorbo y con el nerviosismo y el apuro de un bombero de guardia, para que el paladín recuperara el habla.
-Mira, amo a Tornado. Su recuerdo es tan forte, io voglio tanto que no tenerlo es como si me faltara una parte del corpo. Il era molto veloce, como un rayo pero no tenía vocación de estrella. Cuando la cámara lo enfocaba, bajaba la testa. Podía hacer algunas proezas como sacarse la manta de montar con sus dientes pero en ocasiones era vergonzoso. En total para darle vita a cuesto maravilloso rocinante utilizábamos cuatro pingos como dicen acuí. Tenía un doble y hubo otros dos Tornados más. No había caso, la cámara en algunas tomas le jugaba una mala pasada. Io también tenía dobles. Due. Dos indios maravillosos, dos atletas colosales. Es otro de los secretos de El Zorro. ¡Shhh! Nunca los olvidé, Kanup y su filio Tab. Io sono incapaz de afrontare el riesgo.
-Vamos, Don Diego, no sea modesto.
-Nosotros lo vimos jugarse el pellejo para salvar el fubol -intercedió el fotógrafo.
-Todavía que nadie me va a creer cuando cuente en mi barrio, allá en Tacuarembó, a los botijas de 25 de mayo y María Olimpia Pintos, que lo encontramos, menos que menos van a creerme si les digo que El Zorro me confesó su falta de valentía -apuró ya entrado en confianza Clemente.
-¡Momento! ¡Momento! ¡Más respeto! Il Zorro fue molto valiente. Io non sono valiente. Sin ir lontano en los últimos años me gané la vida en una factoría de panettoni, pane dolce, pan dulce... Todo Nueva York ha mangiato mio panettone. ¿Quién puede pensar que un héroe se gana la vida en la cuadra de una panadería? Me despedí de mi alter ego, el famoso paladín, el mismo día en que culminó la filmación de la serie. Apenas he vivido un piccolo tempoa la sombra de su gloria, de prestado, y por eso pagare cuesta renta. Io me he disfrazado en un par de espetacolos circenses o en giras de tributo como una convención teatral, un gioco, gratitud.
-No nos mienta, Guy, usted no hubiera necesitado de dobles. Se le notó el coraje reciencito nomás cuando salvó la pelota del gurí, los coches venían a toda marcha -insistió Anchetta volviendo a pronunciarse sobre el mismo tópico.
-¡Excusi signore Cleveland!
-La pelota, la pelota del chiquilín, la que le devolvió hace un rato al niño -tradujo el reportero gráfico por si El Zorro no entendía los modismos uruguayos-. Y le digo más, además de sobrarle coraje, a un hombre como usted, con su porte, con su clase y con su fama, no le habrán faltado aventuras amorosas. Cuente Don Guy, cuente, esta es una charla entre amigos. Somos dos botijas incapaces de develar un secreto. ¿No es cierto, Angelito?
-Claro, ni que fuéramos periodistas-complementó Clemente pegándole por debajo de la mesa un patadón en los tobillos a su compatriota sin saber aún cómo hacer para no traicionar a este entrevistado involuntario que podría abrirle las puertas de los medios argentinos.
-Que estas parolas mueran aquí. Voy a contarles algo que me pasó en un rodaje y que sólo conocen mi almohada y mi conciencia. ¿Okay? Una historia que sucedió AC.
-¿Cómo AC? -preguntaron a dúo los buscavidas-
-Sí, AC, antes de Cristo. Io sono molto vecchio, je,je,je. ¡Mozo! ¡Más café y un brandy!
Tentado por la humorada y con sus ojos transparentes clavados en la pesada puerta vaivén del bar, Guy comenzó a moverse en la silla como si el relato respondiera a una voz ajena. No era extraño, cualquier hijo de vecino sabe que el diablo podría ganarse la vida como ventrílocuo...
-Io poseía destreza, de hecho en algunas escenas de riesgo no recurría a mis dobles. Pero me condicionaban mi peso y mi altura. Más de cien kilos envasados en este metro noventa y uno no son sencillos de manipular. Una tarde en California supe que el dolor y el deseo a veces se dan la mano.
Los tres parroquianos parecían uno. Miraban hacia la puerta como poseídos. Inmóviles ni siquiera permitíann que la respiración alterara tan sugestivo e inolvidable momento. El encargado de servirles aprovechó la levitación general para depositar en la mesa el contenido de la comanda sin correr peligros con el supuesto y temible gigante homosexual. La película inédita de El Zorro transcurría delnate de sus ojos, podían verla.
En la misión de San Luis Rey alguien pide silencio con un megáfono. Los alumnos invitados a participar de la filmación no pueden reprimir el murmullo. Su fe cristiana y su educación religiosa los ha alertado sobre la inminente llegada del redentor. Lo que no entienden es porque no lleva barba ni se viste de blanco como en las ilustraciones bíblicas. A la voz de ¡acción! y pendiendo de una cuerda el enmascarado recorre las cúpulas del templo. Surca el aire en busca de justicia hasta que la cuerda sin que pudiese preveerlo, cede. Se deshilacha poniéndole fin al acrobático desplazamiento aéreo. El hombre del megáfono no llega a pronunciar el ¡cooorten! El funámbulesco con tono de sombra ha dado de espaldas contra una piedra gigantesca, filosa. Aunque lo intenta no puede disimular el dolor. Se retuerce en el piso. Cuatro monjitas corren a su auxilio. Por un momento, El Zorro pierde el conocimiento. Se desvanece. Cuando vuelve en sí se advierte desparramado sobre un camastro. Las piernas le cuelgan. Al levantar su vista, su mirada se confunde con la de una de las cuatro hermanas, quien sentada a un costado del convaleciente, ha asumido la responsabilidad y el orgullo de cuidar al ídolo caído. No dejan de mirarse. No pueden hacerlo. La religiosa debe andar por los veinticinco años pero esa exposición de pecas que son sus cachetes la convierten en un canto a la inocencia: podría asumirse de quince que nadie se lo discutiría. Es rubia y debajo de sus hábitos pueden adivinarse las formas de una mujer de fisonomía armoniosa. Cuando el dolorido galán le extiende su mano derecha sin que medien palabras ella se sonroja. Se alisa la falda, se pone en evidencia, sonríe con nerviosismo y ya no puede ocultar la revolución que se le ha declarado en sus pechos. La llegada del atardecer se lleva los últimos rayos y en la penumbra del cuarto de la religiosa ambos asumen los designios de su sexualidad en estado silvestre. ¿Qué embrujo tendrá el cuerpo de esa mujer perfumada de azhares que al recorrerla con la boca desde el abismo de su cuello hasta la miel de su vagina lo ha apartado de todas sus dolencias?
La mañana lo desperezó de pronto. Encandilado por las primeras luces, tardó un rato en descubrir el uniforme de la monja colgado de la puerta del armario. Se paró como con resortes para leer la esquela que aparecía en el papelito que, prendido por un alfiler, se hacía notar sobre la falda gris. Lo leyó en voz baja y un tenue eco se dispersó por la acústica de ese vestíbulo del templo: “Renuncio a mis obligaciones misioneras y a mi voto de castidad pero le sigo siendo fiel a Dios porque el Señor es amor y yo acabo de descubrirlo. Hasta nunca Guy, por favor, entregale esta carta a la Madre Superiora que ella va a saber entendernos”.
-¿Yyyyy? -preguntaron en un grito al unísono Clemente y Cleveland como si de golpe hubieran encendido las luces del cine momentos antes de llegar al descenlace del filme.
-Y nada, al rato llegó Walt Disney para rescatarme y devolverme a Hollywood. Aproveché la conmoción que produjo su arribo para escaparme sin afrontar el compromiso de anunciarle a la Madre Superiora lo que me encomendó aquella religiosa. Jamás amé a una mujer como esa. Aún recuerdo su aroma, lo siento aquí, en el naso, y sus formas me laten en las manos. Paró de llover por completo, amichis. Acá les dejo este billete. Con esto paguen la cuenta, tengan una atención con el señor que cree que soy una mariquita y esperen a que me vaya para pararse. No quiero que me sigan, ya me han desnudado. ¿Qué van a hacer con esa cámara? ¿Le vamos a pedir al signore del bar que nos tome una foto o quieren que yo les saque una a ustedes dos?
El interminable caballero se puso de pie y comenzó a caminar a tranco vivo ante la falta de respuestas. Clemente, atragantado por sus dudas y haciendo flamear los cien dólares que les dejó el personaje de sus sueños, alcanzó a gritarle.
-Guy, ¿qué hizo con la carta de la monjita?
Pensativo, desde la puerta entreabierta y sin girar la cabeza, El Zorro le contestó con desgano algo que el mozo, ubicado en la punta de la barra, les ayudó a reconstruir.
-La hice un bollito y la tiré en una alcantarilla tan pronto como salí del convento de San Francisco Rey. Si la hubiese guardado hubiera vivido con el peso del pecado. Así me desprendí rápidamente de la culpa. Sólo me quedó el recuerdo del placer.
Acto seguido, volvió por ellos en silencio, les estrechó la mano y los conminó a fotografiarse juntos. Fue allí que Angel Clemente desenfundó su honor y le contó a Guy, así como estaban, de pie, lo que no había tenido manera de aclararle. Le confesó que buscaban trabajo en un medio periodístico y que esa nota podia ser importante para su desarrollo profesional pero que dada la característica de la charla no le parecía una buena idea ofrecerla.
Williams meneó la cabeza y sin disgustarse por la aclaración les comentó algunas otras alternativas de su vida personal y de su trayectoria profesional. Les regaló algunas otras anécdotas de El Zorro, como aquella en que en el capítulo “La misión secreta de García” los soldados cayeron dentro de un pozo con brea y al lavar los uniformes estos se encogieron tanto que al capítulo venidero a los actores no les entraban o como le cortó en varias ocasiones el teléfono al mismísimo Walt Disney cuando éste lo llamaba a su casa tras haberlo elegido para el hidalgo rol pensándose que se trataba de un impostor jugándole una broma; se refirió a su tarea en otras series emblemáticas como Bonanza y Perdidos en el espacio; les hizo alusión a su motivo de radicación en la Argentina, las mujeres, les habló de sus dos amores en Buenos Aires, y con proverbial simpatía desafió a Clemente a una última pregunta.
El oriental lo inquirió como un estómago resfríado.
-Digame, usted que sabe, ¿Walt Disney está congelado?
-Frío, frío, frío... Hagan como quieran colleghi, pero si van a sacar la entrevista mejorenmé y traten con respeto a la monjita.
Y se marchó con las manos en los bolsillos y la cabeza baja como si buscara reencontrarse en cada uno de los rincones de la ciudad sobre el asfalto mojado con esa pasión secreta llamada Maggie, según supone Angel Clemente después de haber descubierto ese nombre escrito con un escarbadientes en la borra del último café bebido por Guy Williams, El Zorro. O al menos eso es lo que recuerda cada vez que sale la luna.
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Años más tarde, promediando una mañana, Angel Clemente ya conocido en el medio como Rojitas, irrumpió a toda marcha en la editorial Copérnico justificando su apodo de la Saeta Oriental. El apuro tenía un sentido: quería chequear si como le pareció escuchar a lo lejos en la radio que llevaba encendida con volúmen bajo el chófer del colectivo, se había producido el deceso de Guy Williams.
Cotejó que el deceso se produjo aproximadamente entre el 29 de abril y el 3 de mayo de 1989 pero su cadáver fue hallado recién el 7 del mismo mes cuando un vaho de olor pestilente alertó a sus vecinos que el querido actor había fenecido en la soledad más absoluta. Evitó fijar los ojos en la pantalla cuando el noticiero mostró el momento en que los efectivos de la policía luchaban con ese cuerpo inerte y carcomido que parecía oponerse a la exhibición pública. Entonces, de espaldas al televisor, mantuvo como hasta allí en secreto aquel encuentro que nunca publicó y con la foto que le había tomado Cleveland en la mano se comprometió a dejar cada 7 de mayo una flor en la puerta del edificio que Guy ocupaba en Ayacucho al 1964. Jamás cumplió esa promesa entendiendo, tal vez y tácitamente, que asumir ese homenaje sería darle el gusto a la muerte.
En aquel café de la calle Azcuénaga Guy Williams dejó en claro que la aborrecía. El fallecimiento de su amigo, Henry Calvin, su mejor y más tierno villano -conocido mundialmente como El Sargento García-, a manos de un cáncer que transformó al simpático gordinflón en un cruel esqueleto, fue el dato que le faltaba para retarla a duelo.
Corría con ventaja, el hombre que le dio vida al invencible personaje de El Zorro sabía que ese era un motivo más que suficiente para pasar a la inmortalidad.

 Su página www.danielroncoli.com.ar
Sus libros Editados :
 Instrucciones para embellecer el domingo,
 Resaca de Potrero,
Canilleras en el alma.
Colección de literatura infantil:
Pelota de papel.
 Siento/Ciento.
El Gran Martín.

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